lunes, 31 de octubre de 2016

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me pregunto: ¿tenemos las mismas raíces (este fondo terroso, esta nube de polución brillante)? ¿bostezas por las mañanas o solo bebes café para salvarte? ¿para salvarte de lo mismo que yo? ¿o son otras cosas, o hay otros gatos en el giro de tus manos? ¿me ves? ¿me ves o yo te veo o alguna de nosotras ve las mesas amontonadas sobre el humo de tu cigarrillo? ¿hablas para ti cuando no hay nadie? cuando no hay nadie, cuando parece que mis ojos se giran hacia dentro y que la oscuridad, y que el agua, y que el estruendo. ¿lo sabes? dime, ¿lo sabes? a mí me calma la suciedad de los cerdos que no están en las ventanas de la torre. las manos de las ancianas que tejen el tiempo: de verdad pienso que en algún lugar debe haber ancianas y que las ancianas deben tejer el tiempo mientras fuman el tabaco que ya fumamos (otro año. el año de los perros. cuando algo tenía la edad de los perros. cuando algo aullaba hacia la calle y era un cielo lleno de cavernas, un cielo lleno de cráteres en los que

alejandra dormía desnuda)

¿qué ves si te digo árbol? ¿qué muerdes si te cuento que una vez me perdí en un centro comercial y no lloré? solo pensé que iba a morirme, y eso me dio paz a los diez años. ¿qué es la paz para ti, de qué color es la respiración y de qué respiraciones es la paz? ¿tienes miedo?

¿tienes miedo en esta calle y ves en la calle el mundo, y tienes miedo en el mundo porque el mundo es como una calle y puede salir de cualquier ladrillo

un espejo deforme que te haga llorar?

¿lloras? (tengo, desde siempre, una especial relación con el llanto)

¿conocerse es el relámpago? (tiene que serlo, porque una vez me hablaste de salinas y yo recité en mi cabeza el poema entero, y descubrí que lo llevaba escrito en el tobillo izquierdo. en el corazón izquierdo. ¿llevas algo escrito o solo son relámpagos?). ¿qué sonidos te hacen encogerte? ¿qué pide que cierres los ojos, que bajes el mundo con los párpados, que te escondas? ¿por dónde te desdoblas? ¿tienes un camino directo a casa? debajo de la piel. debajo. de. la. piel. mi ciudad está bajo mi piel. si me miras, edificios: las antenas en los brazos y un rascacielos que me eleva las costillas. ¿los ves? aquí robaron un banco y aquí explotó una casa. yo sé que entrar en los otros es

descender un mapa interrogante.

y tengo mil preguntas por hacerte.
 
¿has soñado alguna vez con cuervos o con cuerpos o con algún filo de estrella caducada? como yo. como yo.

lunes, 24 de octubre de 2016

4532

pelo cae sobre la frente. una cascada en la que se baña pocahontas de veinte años, quince años. pocahontas comprimida en esta tarde de nieve y cristales y lágrimas polvorientas. las pestañas son estrellas: se dirigen hacia las manos de las ancianas que tejen, destejen, tejen, destejen /el tapiz en mi cabeza/ peto azul, camisa caqui. como si tuviera cinco años o ninguno. y un edificio colgado *de la oreja* celebran una fiesta porque alguien se ha graduado y no soy yo, cuánto me queda para ser adulta, cuánto me queda para recibir las llaves del agujero (¿qué agujero? ¿qué maldito, podrido agujero?). olor a colonia y sexual mirada, mirada lesbiana /¿había olvidado mencionar que soy lesbiana/ como el infierno? que me gustan las mujeres y los libros debajo del brazo. cortázar, siempre cortázar entre mi pelo *rizado cortado a navaja para que parezca chic casual hippie* y parís y un mandala psicotrópico. no hay drogas. este escáner pasa todos los controles de drogas. 

pero

¿qué es eso ahí debajo, eso pintado en el pezón derecho como una cereza o el dibujo del dibujo de una pipa? miedo, no debemos olvidar el miedo que nubla la foto y hace espinas en los ojos. carteles en los ojos. relojes en los ojos. miedo a los ascensores y a la altura y al blue blue feeling. yo a los 20 años: fiebre indecisa y mofletes hinchados, dedos largos y asco prematuro. y la muerte siguiéndome como un cordero hambriento. 

viernes, 14 de octubre de 2016

Viernes, 14 de octubre de 2016 (y otro viernes, dentro de mucho tiempo)


Cuando estés sola habrá unos ojos y después la nada. Vendrán en la cena. Tendrás el pelo sucio y los labios cortados (te levantas, te peinas, haces pis. Siempre que tienes el pelo sucio se te cortan los labios. Siempre que te levantas y te peinas y haces pis estás sola). Tú, filo de estrella, ¿qué querrás decir? Los ojos soplan la sopa y esperan. A ti, te esperan a ti. Y no serás la única. No serás la única que cene a las dos de la mañana ni que brille hacia dentro ni que sienta la necesidad de que le toquen. Porque hará tiempo que nadie te toca. Porque habrá una capa de barro sobre tu ombligo. No serás la única que no hable, que no hable ya ni siquiera con las paredes. Esas blancas y sádicas paredes. Cuando estés sola habrá unos ojos y después la nada. Visión: el izquierdo es rojo. Como la sopa de tomate, como la sangre que se desliza (que se deslizará. No será tan tarde) hacia la tierra. Sangras contra la tierra. Menstrúas contra el césped. Y lo recordarás. Delante del ojo, cuando el ojo aparezca y después la nada. Y habrá un gato, y bailará por la estancia (el habitáculo. ¿Qué pensabas?) para recordarte que no pasa nada. Nada.

Y no habrá pasado nada en años, y qué importarán los ojos o la oquedad que vendrá con ellos. Que profetizo que vendrá con ellos. Ya no serás joven. Cuando estés sola no serás joven. No darás corriente, no tendrás razones para masticar la piel que cuelga de tus labios. Una cena, una cuchara. Ya escuchaste toda la música del mundo y es mentira: un día, mucho antes, te cansaste. Dijiste basta, y dijiste cállate, y dijiste llora. No habrá razones para llorar, pero no serás feliz (¿a cuántas personas, dime, contradices con esto? ¿Cuántos libros, cuántos años de pensamiento, cuánta filosofía tirada por el remolino del váter? ¿Cuántas veces te has atrevido, dime, a ir hacia atrás? Ausencia de dolor, ausencia de miedo. Infelicidad. Podrida, macabra infelicidad. Dónde está Mario). Habrá unos ojos. Les darás la sal. Querrás lamerlos. Sabrás que no.

Sabrás que no. Será peor y sabrás que no. Y la casa tirada y los cacharros sucios, y la pecera vacía y el teléfono roto. Y tus manos. Míralas ahora. Suaves, limpias manos. Eficientes. Sirven para lavar y para acariciar y para matar. Sirven para hablar. Pero no serán nada. Nada. Tendrás la misma marca de nacimiento, la misma marca del estómago (perdón: el útero. A ti no te comió nadie) de tu madre. Pero nada, nada. La nada golpeando como un puño imaginado. La nada abriéndote como una uña rota. La nada palpando. Ella tiene manos, ¿qué pensabas?, y las tuyas no servirán. Habrá unos ojos, los mirarás con tedio, pensarás en algo. ¿En qué? ¿En ti ahora, en ti ahora encendiendo cigarrillos y haciendo el amor en un sofá podrido? Eso también pasará. Ahora no lo sabes, pero el tiempo. Y estarás sola y habrá unos ojos y después la nada. ¡Sopa de tomate! ¡Tú siempre has odiado la sopa de tomate!

Te pedirán un documento. Los ojos querrán tener certeza. Porque delante de tu rostro habrá otra piel (otra piel comida por las hormigas) que no dejará pasar la luz. Enterrada, a oscuras. Un documento que diga tu nombre o que al menos provoque la sangre. Un documento que les haga cerrar el día y cumplir con su trabajo. Pero no. Los habrás quemado todos. Liberada del tiempo, del mundo, del cuerpo. Hasta la raíz. Cuando estés sola llegarás a la raíz. Y el gato, y el tomate. El ojo derecho será negro. ¿Qué otra cosa es negra? ¿Qué otra cosa va a ser negra? ¿Qué otra cosa ha sido siempre negra? No encontrarás los papeles (¿qué pensabas?) y la vergüenza será asquerosa. Tendrás que comer piedras. Tendrás que hacerte cortes. Tendrás que vomitar. Si quieres que te reconozcan tendrás que vomitar. Pensar que habrá un reguero de cemento y después vomitar. Esculpir la identidad con el estómago. Esculpir. Con el estómago.

Cuando estés sola habrá unos ojos y después la nada. Los mirarás como si no estuvieran. Como si siempre los hubieras visto. Y pensarás en Pavese, y no será así. Eres hija de una voz y vas a querer hablar bajito, susurrarles tu cabeza. No hay manera. No habrá manera. Prohibido el estruendo. Prohibido callarse. Prohibido todo. Vivir está prohibido y no vendrá la muerte. Solo dormirás. Como siempre. Y tocarás tu cuerpo. Como siempre. Y no sentirás nada. Ah, no sentirás. Te quedarás bizca y te saldrá pelo en las manos y soñarás con pájaros: nada más que eso, nada más que el miedo. Pero

harás algo.

Cuando estés sola y haya ojos. Cuando lo sepas. Sí, así debe ser. ¿Qué creías? El miedo te puede. Siempre. Y harás algo. Te pondrás de pie. Como una tormenta. No dirás nada. Como un rayo. Abrirás el vidrio. Como un ciclón. Y después el tedio. Y después la marcha. Y después el lápiz. Con tus vejadas manos. Con tus repiqueteantes manos. Con tus manos muertas. Miedo, miedo, miedo. Por toda la casa. Por todos los muebles y toda la ropa sucia. ¡Por el fregadero, por la mugre del baño, por la cama deshecha! Y tu cuerpo: miedo en las pantorrillas, miedo en los hombros, miedo en el pubis. Miedo en la curva de los pechos. Como siempre. Miedo negro, miedo azul, miedo naranja. El rojo y el verde, siento decírtelo, tendrán la punta rota cuando estés sola y haya unos ojos. Y qué. Y qué. Porque harás algo. Porque se asombrará el gato y se asombrará tu oído de que haya una canción nueva. La de tus pies dándole golpes al suelo de vinilo y la de tus dedos rebuscando en la caja y la de tu boca respirando con agitación (casi el sexo, casi el olvidado dolor de las estrellas en el pelo).

Cuando estés sola habrá unos ojos y después la nada.

Porque irás al baño, te tocarás la cabeza. Otra vez. Te acercarás al espejo. Como un gusano, reptando como un gusano. Y ahí:

Un ojo rojo y otro negro.

Y la canción de los cristales cuando se rompen contra la nada.

martes, 4 de octubre de 2016

Martes, 4 de octubre de 2016


 

***

Mi vagina es una calle fantasma. Le dieron ojos y mordiscos, pero no le dieron voz. La hicieron en mí con prisa, y con pulgas, y nos cosieron a ambas como si en alguna combinación de la baraja (de la lenta baraja) pudiésemos llevarnos bien. Nadie pisa la calle. No hay nadie que acuda a sus fiestas o que prepare una cena o que pasee con las manos en los bolsillos, con un cigarro y una mano ardiendo en los bolsillos. No hay tiendas ni restaurantes ni estaciones: ni una sola persona ha gastado nunca un euro en la fantasmagórica vena de mi Ciudad. Las brújulas la evitan. Las brujas la respetan. Mi vagina es un puente bizco. Su Historia, y esto lo sé porque tengo mucho frío, no forma parte de ninguna historia. De sus curvas solo se conoce un pequeño mapa que se perdió una vez. Que se quemó una vez. O eso dicen, porque sobre esta calle hay leyendas: leones, esqueletos, ojos que se abren en el cemento y dicen padre nuestro que estás. Padre nuestro que estás. Mi vagina es

la única calle que importa en la Ciudad.

Y la anuncian una valla de carteles y una flecha luminosa y los gritos de alguien que una vez grabó el asco. Y la cercan cuchillas y perros domésticos y bolsas de basura. Que rezuman flores. Que rezuman babas. No hay anuncios, pero todos andan hacia allí. En un punto (a dos kilómetros, cuando las orejas de los perros empiezan a asomar por encima de los montes y las náuseas) se paran y se miran y se dicen qué hacemos y se ponen a rezar porque la Ciudad les ha enseñado a tener miedo. De esa calle rota. De esa calle intransitable. Ciudadanos asustados: las leyendas son ciertas. Todas y cada una de ellas. Yo, omnipresencia depresiva, las repartí hace mucho. Porque es la verdad, porque juro que es la verdad. Porque la verdad es mía. Porque tengo frío y mi vagina es

la única calle que importa en la Ciudad.

No me une. Entre ella y yo no hay espacio. Entre ella y yo no hay tránsito. Se puede ir a todos los sitios de la city (consultar guía turística en caso de pérdida o abatimiento) sin pasar por la valla y la flecha y los perros que comen pienso de estrellas. Mi madre me diseñó así. Cuando nací me dijo: padre nuestro que estás. Padre nuestro que estás. Cuando nací no había ratas, pero hubo que actuar. Atentados. Y pintadas. Y destrozos. Todas las cosas hacia allí, todas las cosas formando una fila que apuntaba con las uñas hacia allí. Como si no hubiera otra calle. Como si no hubiera otro dolor. Todo pasó deprisa: casi no grité cuando mi vagina se convirtió en

la única calle que importa en la Ciudad. 

***